Vaudou Game / Otodi

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Vaudou Game. Foto: Pierre Vannoni
Portada de 'Otodi'.

A caballo entre Lyon (Francia) y su Togo natal, Peter Solo continúa dibujando los contornos del funk africano más sabroso bajo el epígrafe de Vaudou Game, un proyecto relativamente joven que exhibe un poderoso músculo afrobeat que rinde consciente pleitesía a sus ancestros estéticos (con Fela Kuti y King Sunny Adé en cabeza) y que, a su vez, se deja aliñar con especias soul, rythm & blues e incluso disco de primerísimo nivel. En la triada que compone su discografía, desde el iniciático 'Apiafo' (Hot Casa Records, 2014), su continuación con 'Kidayu' (Hot Casa Records, 2016) y el recientemente publicado 'Otodi' (Hot Casa Records, 2018), este músico con raíces en una familia Vaudou (su madre era sacerdotisa de esta religión de orden cósmico y cultos animistas) de Aného (Togo), maneja un repertorio capaz de funcionar como la seda tanto en clubes europeos prestos a programar músicas ajenas al pop o la electrónica, y festivales con sello mundialista, a la vez que supone una puesta al día orgánica y respetuosa del legado más enérgico de la música africana de mediados del siglo pasado. Una ofrenda que combina la espiritualidad de la cultura Vaudou con el tacto terrenal de importación afroamericana.

Peter Solo se ha rodeado de una banda prodigiosa dónde destacan los teclados de Vicente Fritis o los vientos y las percusiones de Ghislain Paillard Guilhem Pargue, con quienes traspasó las puertas sagradas de los estudios Otodi de Lomé (Togo), construido a finales de 1970, y que todavía mantiene la esencia analógica de sus instalaciones originales (a diferencia de las diferentes réplicas que se fueron edificando en otras partes del mundo, remozadas con el barniz de lo digital), condición esencial para que el nuevo trabajo de Vaudou Game atesore ese crujido sonoro que repica las vibraciones de la misma madre tierra y las hace bailar al son de ese curtido, pese a su juventud, maestro de ceremonias que es Peter Solo.

Un universo ancestral que no rehuye de la fisicidad sudorosa de un funk decididamente carnal, con trallazos del calibre de 'Not guilty' o 'Something is wrong', ambas con la colaboración de un estandarte de la música moderna africana como Roger Damawuzan, conocido como el James Brown de Lomé, quien facturó trallazos afrofunk al frente de Les As Du Benin allá por los años 70 del siglo pasado.

Peter Solo también da rienda suelta a su querencia por sonidos más cosmopolitas, a bien seguro traídos gracias a su periplo por ciudades como Londres o París, en las que residió antes de recalar en la tranquila Lyon. De ahí pueden provenir los efluvios disco de 'Pas le peine', algo así como un encuentro entre Manu Dibango y unos Daft Punk picantes cual koklo mémé  o ese rompepistas que bebe del sonido philadelphia de título 'Grasse Mat',  enarbolado como todo un himno vegano. Zarpazos afro que convierten a este álbum en un must para las fiestas de fin de año con pedigrí.