Tal y cómo comenta Jaime Cristóbal en el episodio 343 de Popcasting , el factor más revelador de «La Deriva Sentimental» es el hecho de constatar lo bien que funcionan las canciones que compone y arregla Antonio Galvañ para que sean interpretadas por voces ajenas. En su noveno disco largo bajo el nombre de Parade, el músico de Yecla (Murcia) confecciona doce tonadas con aroma a standard, once de las cuales son cantadas por diversos músicos que, más allá de hacer gala de estilos y universos muy propios, han encontrado una más que estimable conexión estética con el autor original de los temas. Ilustres invitados al particular refugio de Galvañ del caché de Teresa Iturrioz (Le Mans, Single), Charlie Mysterio (Los Caramelos, Mysterio), Las Kasettes, Kiki d’Aki, Alberto Montero, Marc Ribera (Doble Pletina), Alondra Bentley, Lidia Damunt, Teresa Jimeno (Espanto), Guillermo Farré (Wild Honey), Paco Tamarit y la colaboración instrumental del ya mentado Jaime Cristóbal junto a la de Ibon Errazkin, que aportan diferentes tesituras con las que elaborar un disco que vertebra una tradición compositiva que viaja desde el pasado a bordo de un DeLorean, con Cole Porter y George Gherswin como copilotos, aparca frente al Brill Building y recoge la antorcha luego portada por Trabucchelli o Stephin Merritt, para así mantener la llama encendida de la mejor canción pop en castellano y, ¿por qué no?, universal.
Creo que «La Deriva Sentimental» es un disco de conexiones, por un lado de tu obra como músico con la de otros artistas que no tienen remilgos para remangarse y publicar discos de canciones pop pensadas para otras voces, como en el caso evidente de Stephin Merritt, y, por otra parte, con los cantantes invitados a tu particular fiesta. Sin embargo, la portada del disco evoca cierta soledad en tu fortaleza. Toda una paradoja.

Sí, pero estoy mirando hacia afuera desde la habitación acristalada. Eso quizás quiere decir algo. Igual deberíamos preguntárselo a Federico Granell, el pintor que ha hecho los magníficos dibujos del disco.
También es verdad que el proceso ha ido desde la soledad de Intonarumore (donde se ha grabado el noventa por ciento de lo que suena en el disco) hasta la apertura del intercambio de colaboraciones y la mezcla en Álamo Shock con Guille Mostaza. Es, con diferencia, el disco que más han aportado personas ajenas a Parade.
En este disco apenas hay ciencia ficción y sí mucho de emociones, sentimientos y obsesiones muy terrenales. ¿Es un punto de inflexión en tu carrera?
Yo creo que es un punto de inflexión por las personas que colaboran y lo chulas que han quedado las canciones. En cuanto a las letras, ya he hecho discos con más o menos dosis de ciencia ficción, no es nada nuevo, en mi opinión. «El ritmo escarlata», «Amor romántico», «Determinista» y muchas otras son ejemplo de lo que te hablo.
De hecho, parece que dibujas circunstancias hasta en ocasiones turbias y de cierta oscura sensualidad - ojo al cuento del lobo con marchamo burtoniano (de Tim) de «Manzanas para dos» - a través de un pincel pop con más aristas de las previstas. ¿No crees?
Hago las canciones que me gustaría escuchar, con melodías y letras que intentan salir de la zona de confort del pop más trillado. O no, porque «Yo me enteré» es justo todo eso y es de mis favoritas del disco. «Manzanas para dos» intenta darle la vuelta al cuento clásico de la niña abandonada en un bosque terrorífico. Cuenta cómo esa niña se interna a propósito en el bosque y se divierte con ello, no le da miedo nada. Es fuerte. Aunque después no le cuenta nada a su madre para que no padezca, la pobre.
Y, por supuesto, se transmiten mis filias y mis fobias en todo lo que hago. Tim Burton es tan favorito mío que las dos primeras canciones que hice para Spicnic eran sobre «Eduardo Manostijeras», y eso fue hace 20 años.


Las canciones más luminosas son las que aluden directamente al arte: «Esa música», «Películas». ¿Es lo que nos mantiene a flote en este mundo de derivas y sinsabores?
El arte, la música, los libros, el cine, los comics es lo que da sentido a la vida. Lo que nos diferencia de los demás animales. Lo que te saca de la depresión, ya lo decía Guille Milkyway en «Esta noche solo cantan para mí». Porque el mundo está lleno de maldad, que ya lo cantaban Los Caramelos, y necesitamos algo que nos ayude a sobrellevar las adversidades. Canciones, necesitamos canciones.
Has conseguido que un peatón irreductible como Charlie Mysterio se convierta en un adorador obseso del «Ruido de motor». Es una canción que tiene un ambiente muy «Disques du crepuscule», que a él tanto le gusta. Casi era inevitable que acabara cantándola, ¿no?
Pensé en Charlie en primer lugar para cantar «Ruido de motor». Su voz susurrada y dúctil es perfecta para la canción. Y me alegra que lo relaciones con esa discográfica, porque el disco de Antena, «Camino del sol», por ejemplo, es un referente para mí. Ese sonido naif y oscuro de sus sambas eléctricas es maravilloso. Mira, la conexión es interesante, yo no había caído. Para mí el referente era Suicide, pero ahora que lo mencionas, me parece genial.
En cuanto al ruido de motor, todos los que hemos sido padres y hemos dormido a nuestros hijos montándolos un rato en el coche sabrán de lo que hablo. Del arrullo del ruido y lo desvalidos que estamos ante el silencio.
Quizás la colaboración más inesperada es la de Alberto Montero, aunque aquí la conexión tiene mucho que ver con Vainica Doble, un grupo con el que muchas veces te han relacionado. Uno de los otros componentes de los Guru Zakun Kinkones, Gonzalo Fuster, (El Ser Humano, Gran Camino) me dijo en una ocasión que Alberto era la mejor voz de Europa. Yo creo que no iba desencaminado.
No iba desencaminado para nada. Cuando recibí la canción con sus voces, me quedé totalmente impresionado. ¡Qué voz! ¡Qué coros! Ya no puedo pensar esa canción sin todo lo que Alberto aportó.
Lo conocí una noche en el Tulsa Café cuando cantaba con los Guru Zakun Kinkones, sí. Pero yo tenía «Arco mediterráneo» en casa desde hace tiempo, y era muy fan. Escucharle cantar en directo me volvió totalmente loco. Así que unos días después le propuse cantar una canción para el disco, y me dijo que sí. El resultado es imponente. Es un artista genial.


De todas formas, este disco es muy personal porque la impronta y las ideas de Antonio Galvañ son la base de todo pero a su vez es un ejercicio de honestidad autoral, ya que te pones al servicio del estilo ajeno con mucha naturalidad: del rock and roll de «Por un sol si do re fa», el desenfado casi bailable de «Yoli Pendenciera», la psicodelia de «Películas» o el pop magnético de «Yo me enteré’»...
Siempre tengo un poco de miedo con mis discos porque son bastante eclécticos en cuanto a estilo. Las canciones no se parecen demasiado unas a otras. Pero mi voz es uno de los elementos que les dan coherencia. En «La deriva sentimental» el miedo era doble, no solo las canciones eran muy diferentes, sino que, además, cada una la cantaba una persona distinta.
Mi referente eran los discos de The 6ths (proyecto paralelo de Stephin Merrit de Magnetic fields). En cada canción también cantaba un artista distinto. Pero hay una instrumentación y unos arreglos muy característicos que le dan cohesión al resultado final. Aquí no los hay, pero creo que, de alguna manera, se consigue. Tiene mucho que ver la mezcla de Guille Mostaza.
Lo de Teresa Iturrioz merece un punto y a parte. Creo que su voz aparece en el momento de máximo esplendor y arropada por un colchón instrumental insuperable. Casi que aquí parece nuestra Mina particular. ¿No crees?
Jo, yo pienso en Chabuca Granda cuando la veo en directo. Y en Dusty Springfield. Lo cierto es que cuando recibí su voz cambié bastante el arreglo original para adaptarme a lo que me sugería. Esa elegancia y saber estar tan natural de Teresa. No paré hasta dar con el sonido que mejor pudiera acompañar lo que se cantaba (y cómo se cantaba). Un sonido como de Estudio A de Abbey Road. Salvando las distancias, claro.
Alondra Bentley tampoco se queda corta, la «Josephine» original de Merritt tiene su delicioso punto doméstico en la voz de Susan Anway. Vosotros le otorgáis un empaque nuevo, de baladón universal y de matices clásicos. ¿Se trataba de hacer la prueba del algodón para demostrar que una buena canción sigue siendo buena aunque se realcen las estructuras o se varíe el sentido estético inicial de la misma?
Alondra tiene una voz privilegiada, todo el que haya escuchado sus discos se da cuenta de que podría cantar cualquier cosa, pero prefiere ir al grano y no alardear. Eso le honra, porque de gorgoritos ya vamos sobrados. Además, ha tenido una evolución desde el folk hasta el pop que me encanta. Sus dos últimos discos son maravillosos.
La canción original de Magnetic Fields es hipnótica, minimal, insuperable. Yo le he puesto una letra con algún toque costumbrista y un arreglo de piano y caja de ritmos que tampoco está muy sobrecargado, pero que contrasta con lo escueto del original. Y la guinda es la interpretación de Alondra, que lo borda, y nos hace tocar el cielo con esos agudos prodigiosos.
Sí, las buenas canciones aguantan todo tipo de barbaridades, y Stephin Merritt las tiene a decenas.
Otras conexiones tienen que ver con el soporte musical: Ibon Errazkin, Jaime Cristóbal… ¿Es el disco que más has disfrutado grabando por lo variado y atrevido del conjunto?
Las colaboraciones de Ibon y Jaime son increíbles, el primero acompañando los fraseos de Teresa con la acústica y el segundo aportando detalles de trémolo cincuentas a «Esa música». No podrían estar mejor, de verdad.
Armar el disco ha sido como un inmenso puzle en el que las piezas iban cambiando de forma a medida que las ibas colocando. He disfrutado mucho y (algunas veces) sufrido un poco. Pero esos momentos en los que recibías una voz y empezabas a intuir cómo podría quedarse la canción no los cambio por nada. Las jornadas maratonianas de mezcla en con Guille Mostaza tampoco. Sarna con gusto no pica. Yo creo que se nota todo lo que he disfrutado con este derivar de una canción a otra, de una voz a otra. Lo decimos todos al hablar del último disco, pero es verdad, es el disco del que estoy más orgulloso. Todo se puede mejorar, pero estoy muy satisfecho de cómo ha quedado.
«Cayendo hacia el sol», entre el falsete de Paco Tamarit y los efluvios espaciales con aroma a Kubrik, podría ser el epilogo entre resignado y levemente optimista de un disco que, mirado en su conjunto, parece contener un reflexivo relato. ¿Crees que aún queda espacio para las letras y las canciones que contienen literatura?
Me apetecía una canción tranquila, que desaparece poco a poco como «Cayendo hacia el sol» (y de temática ci-fi) para acabar el disco. El falsete de Paco Tamarit (el mejor después de Smokey Robinson) era idóneo para afianzar a ese personaje protagonista, entre resignado y decepcionado. Por supuesto que debe quedar sitio a este tipo de canciones.
Me gustaría que «La deriva sentimental» fuera un refugio seguro, un santuario en este mundo lleno de retweets, de impaciencia, de clickbaiting y de ofendidos. Un sitio a donde poder regresar.


Alberto Montero, voz y coros en «Contigo en un incendio» - sexto corte del álbum - nos cuenta como surgió la colaboración menos esperada del disco:
Conocí a Antonio Parade después de un concierto de los Guru Zakun Kinkones, grupo homenaje a Vainica Doble que tengo junto a Paco Tamarit, Gonzalo Fuster y Juanjo Frontera. Estuve charlando un rato con él y con Paco durante la cena y me impresionó que se viniera desde Murcia hasta Valencia solo para vernos tocar. Meses después me sorprendió con la propuesta de ponerle voz a una canción suya. La verdad es que el formato me atrajo de inmediato: piano y voz. Un formato muy cercano a lo que he hecho últimamente, pero en este caso más cercano a la canción ligera. Habitar otra piel diferente a la que estoy habituado me pareció un reto muy bonito y estimulante y esto hizo que las ideas empezaran a bullir de inmediato para meter segundas voces realzando algunas partes de la canción. A él le suena a música italiana y a mí a argentina de los 70. Creo que los dos estamos muy contentos con el resultado.

