Low / Double negative

Low.
Portada de 'Double negative'.

A veces pienso que me gustaría estar en la mente de algunas personas. Qué es lo que piensan, qué es lo que sienten, qué creencias tienen y cómo éstas afectan en la manera de mirar las cosas. Me complacería hurgar en la masa encefálica, en la red nerviosa que la compone, de Alan Sparhawk, para desentrañar la connotación de sus visiones recreadas luego en sus canciones. Dice John Berger el gran teórico de la mirada, que cuando empezamos a ver nos damos cuenta que también nos ven, y en este proceso la mirada ajena y la nuestra se combinan para participar en el mundo visible. Una reciprocidad en el acto de ver que nutre mi (su) universo con el espacio exterior. Este hombre de mirada escurridiza y voz en duermevela tiene una capacidad innata para recrear, o mejor, conjurar una realidad onírica, casi fantasmal y enfermiza, hiperexpresiva y condicionada por una pasado oscuro y tormentoso. Una mirada aterradora, cuyo halo seductor llega a su máxima inspiración en este disco magistral.

Con 'Double negative' (Sub Pop, 2018) coronan su pico más alto. Un espacio imaginario alejado de la civilización, no podía ser de otra manera, la música de Low es un canto al humanismo, que me recuerda a ese paraje salvaje, indómito, sin reglas, anegado de aguas turbias y vegetación extraña, que enfoca con su ojo turbador Bertrand Mandico en su libérrima 'Les garçons sauvages'. Aquí, Sparhawk esculpe unas canciones que se rigen por esas normas que con mano firme ha ido reglando su música en estos 25 años, pero enturbia los contornos sublimando un inabarcable marco narrativo y sensorial.

Un trabajo producido por BJ Burton, responsable de empantanar las canciones de Bon Iver, y que empieza a girar con esa declaración de intenciones que supone 'Quorum', que parece una inmersión en las profundidades del abismo infernal de 'El corazón de las tinieblas' de Conrad, y une su latido maquinal, esquizoide, con 'Dancing and blood' en la que Mimi Parker, desde la lejanía, canta medio suspendida en una fosa de detritus. 

'Fly' es una letanía, un canto gospel para liberar la mente y el cuerpo, con versos de belleza espectral ("You’re telling me just one more/I keep it like it's torture/Keep my body like a soldier/You gotta tell me when it's over”); el latido moribundo de 'Tempest' parece el reverso aletargado de los loops melancólicas de William Basinski, mientras que 'Always up' se erige como un bello canto espiritual en donde las palabras parecen estar balbuceadas por un animal herido.

El segundo tramo del disco avanza por senderos escarpados. 'Always trying to work it out' está preñada de ese encanto turbio de las producciones de Angelo Badalamenti (la veo cantada por Julee Cruise); el manto electrónico cruje tras el paso de 'The son, the sun' perdiéndose en el horizonte dando el testigo a la dulce 'Dancing and fire' en la que se arrojan versos como "It's not the end, it's just the end of hope”. 'Poor sucker' y 'Rome (Always In The Dark)' atrapan la tensión con ritmos sincopados, marciales, sacramentales, de extrema carnalidad. Es como si Arvo Pärt y My Bloody Valentine se hubieran entendido alguna vez. Cierra esta travesía 'Disarray' con versos lapidarios "Before it falls into total disarray/You’ll have to learn to live a different way". Amén.