La banda madrileña Lázaro publicó a principios de 2019 «Pigmalión» un tercer disco de estudio convertido en porción de pop casi inclasificable, que disparaba tonadas a todo color a través del sonido catártico de los sintetizadores y un punch contundente y poliédrico que bien podría estar emparentado con la rama menos inocente del K-Pop, el electro teatral y juguetón escuela Karin Elisabeth Dreijer o las bandas sonoras imaginarias de añejos films de Sci-Fi. Todo un vertido de pop desacomplejado que intentamos analizar con la ayuda de Nieves Lázaro, músico de amplio bagaje, también conocida por su labor de escudera de tótems locales como La Bien Querida o Julio de la Rosa e ideóloga mayor de este proyecto.
Creo que «Pigmalión» no tiene pretensión de ser un disco conceptual pero parece que la enérgica puesta en escena de los primeros temas, donde hay una especie de idealización de lo otro, desemboca en una tranquilidad más doméstica y relajada con el pop ambiental de «Sitio para ti». ¿Tiene algo que ver con la madurez?

No es un disco conceptual, pero sí se hizo con una premisa en mente que era la de jugar fuerte a nuestro juego. En «Pigmalión» hicimos una fuerte apuesta por explorar nuestro lado más friki, sin intentar repetir lo que ya conocíamos. La canción de «Sitio para ti» salió un poco sola, y a parte de las demás. Me quedé embarazada mientras componía este disco, y esta canción brotó así sin más, sin previo aviso un día cualquiera. Ni si quiera había pensado en meterla en el disco. Pero Manuel Cabezalí me dijo que tenía que entrar. Luego la cogió Víctor Cabezuelo, y le dio ese aura de electro-lullaby que tiene, y vimos claro que tenía que cerrar el disco.
Supongo que estas canciones tienen mucho que ver con la dialéctica “expectativas vs. realidad”. ¿La asunción correcta de las propias limitaciones viene con la edad o se trata de trabajar la creatividad para ver dónde está el listón?
Es verdad que hay mucho de eso; muchas de las canciones hablan del contraste entre lo percibido y lo real. Yo tengo muy presente el sentido surrealista de la vida, como el que describo en «Planeta A»: “Miro mis dos manos y se que no son mías”. En Alaska también hablo de ser “una ficha de color en un tablero de cartón”, en «Amor Lego» hablo de un sentir que tiene mucho que ver con el Ego, el Nosotros versus Ellos; algo cada vez más presente con el resurgimiento de los neo-populismos, Brexit, Trump, etcétera. En general me obsesiona mucho todo lo que el ser humano da por hecho. A mí me parece que cuanto más miras las cosas, más marcianas se vuelven.
Asumir tus limitaciones es inteligente, si no te pasas y te quedas corto de miras, claro. Pero la creatividad y la música son dos cosas infinitas, y eso es lo que me tiene totalmente enganchada. Nunca sabes qué va a ser de una canción que acabas de empezar a escribir, hasta que no está publicada, y ¡eso es terriblemente adictivo!
Sigue presente ese afán experimental, aquí más cercano al sonido sintetizado y electrónico que en vuestro anterior álbum «Soles y Pingüinos» y que lleva a vuestro sonido a lugares de difícil clasificación. Gotas de K-pop por aquí, mucha frivolidad ochentera (bien entendida) por allá, sonido en technicolor a lo Lorde o Empress Of… ¿Era el momento de soltar amarras y ver qué podía pasar?
“Difícil clasificación” es la etiqueta que más nos gusta de todas (ríe), ¡aunque la de K-pop me ha encantado también! Empecé a tocar unos sintes un poco locos con La Bien Querida y me entró un apetito insaciable de ver a dónde me conducirían estos sonidos. Me divertí una barbaridad creando canciones nuevas. Había días que empezaba cinco canciones con beats y arreglos locos. Supongo que sí es cierto que soltamos más las amarras que en «Soles y Pingüinos», donde teníamos un sonido más rock. En «Pigmalión » buscábamos más la libertad, el juego y las ganas de crear cosas que nos sorprendieran a nosotros mismos.
Parece un disco muy de “vayamos al estudio y juguemos”.
En el estudio también jugamos, sí, pero las maquetas iban bastante ataditas de antemano. Teníamos dos o tres momentos abiertos de improvisar y probar cosas en el estudio, pero el resto fue jugar en casa, en el local juntos, y con los productores. Supongo que somos más de preproducción, así en general.
A pesar del sonido vibrante y pegajoso no hay mucho hueco para el estribillo facilón. ¿Es una manera de conservar caché y personalidad a pesar del afán comercial?
Pues si te digo la verdad, así es como salen las canciones, y no te sé decir qué partes son comerciales y qué partes no lo son. No intentamos que lo sean, ni todo lo contrario. Lo que intentamos es perseguir a la canción hasta que ella misma nos desvela quién es.
Aún así, supongo que para llegar a versos como: “Quiero saber que estás ahí y que tu luz no me la he inventado yo” hay un duro trabajo previo de borrón y cuenta nueva. ¿No es así?
Uy sí, mucho… Mucho borrón y cuenta nueva. Ese trabajo, de perseguir las canciones hasta que las ves frontalmente, las conoces, sabes de qué hablan, cómo se sienten, qué color tienen, a qué huelen… Es un proceso tremendamente largo, al menos para mí. Yo tengo que dar muchas vueltas, como digo en «Rhinos», para dar con ello. A veces es muy frustrante y pienso que una canción no tiene futuro, pero cuando empieza a tomar forma da un placer que no siento con otras cosas en la vida.
A pesar de ser un proyecto con bíblico nombre propio, los escuderos de la banda están casi en un primer plano.


¡Absolutamente, sí! Somos un equipo y funcionamos así. La creación de las canciones parte de mí, pero las trabajamos entre todos. También para todo lo demás somos un equipo: el arte del disco, por ejemplo, que es muy importante para entenderlo en su totalidad, es de Iris Banegas (nuestra bajista), y el trabajo de banda, nuestra trayectoria, la dibujamos entre todos.
Resulta muy interesante el uso del sintetizador en este disco, e incluso en ocasiones puede evocar a bandas sonoras de Ciencia Ficción, que hasta el momento no han sido creadas, pero que están en el cosmos esperando a ser cazadas. Pienso en el inicio de «Planeta A», por ejemplo. ¿Ese aire onírico, extraño y quizás cinematográfico que sobrevuela el disco es a propósito?
Qué forma tan bonita de explicarlo. ¡Me gusta que te suene cinematográfico! Yo partía de las pistas que creaba con los dos sintes locos que te comentaba antes, pero luego Víctor los retorcía y los superponía y generaba ambientes y texturas increíbles. Ese vaivén de ideas fue muy placentero. Y sí, en cierto modo ese velo onírico y extraño siempre nos acompaña, está un poco en nuestro ADN musical, te diría.
¿Lázaro prefiere sonar moderno o atemporal?
Si tengo que elegir, prefiero atemporal, pero no tengo claro que nuestro sonido sea atemporal. Supongo que no podemos evitar sonar modernos, ya que nos empapamos de música actual que nos gusta, y lo que escuchamos siempre está presente en lo que creamos. Yo soy muy fan de Fever Ray, por ejemplo, y me gusta ver la huella que eso deja en nuestras canciones. Yo me conformo con que sea “de verdad”. Siempre busco eso en la creación, que no sea nunca prestado o de fórmula, sino que se sienta propio y genuino.