Me encantan los discos que insinúan cosas, que dejan que el oyente vaya construyendo su propia mirada alrededor de él. Discos que van trazando estelas difusas, se van bifurcando por meandros inesperados, serpentean por espacios incomodos en tu mente y te interpelan, no directamente, sino oblicuamente, creando así una suerte de indisciplina de la mirada.

En estos parámetros se mueve este gran disco de DRINKS, 'Hippo lite' (Drag City, 2018), el grupo formado por Cate Le Bon y Tim Presley (también en los interesantes White Fences). Poner la aguja en estos surcos es entrar en una dimensión (des)conocida, en la que te reconoces, pero, a la vez, tiene la virtud de crear una narrativa de ensueño y enrarecida, sorteando el fraseo abigarrado, y dejando las canciones en su mínima expresión. La necesaria.
Temas que parecen surgir de dentro de una caja de música ('Blue from the dark'), y que rememora un folk atávico y la tersura de lija de Robert Wyatt. Los ritmos repetitivos y sincopados de tacto tribal sacan lustre a temas preciosos como 'Real outside' o 'Corner Shops' que sirven para reivindicar el legado de Rosa Yemen, Young Marble Giant, o The Gist. Casi nada.
'Greasing up' es otra gema preciosa y ultrasensorial que navega por arquitecturas volátiles y aromáticas de folk ácido a la manera de como las hubiera concebido Euros Childs, y en la delicada 'In the night kitchen' suena a lo lejos el eco del mar, se oye el trino de los pájaros en una suerte de Calypso outter space.
En 'Ducks' el ritmo de la cacharrería crea una sinfonía situacionista que reinventa el legado de Beat Happening y las Raincoats, y cierran con notas a la fuga, oblicuas, de violines (¿Canterbury Sound meets Red Crayola?) y versos que te inoculan un virus altamente infeccioso.
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